Los profesionales sanitarios centramos nuestra práctica clínica habitual en la experiencia clínica propia y en el máximo grado de evidencia científica disponible.
La experiencia clínica propia depende de la actividad desarrollada por cada profesional y área específica, es decir del número de procedimientos realizados en contextos de complejidad clínica heterogénea. En el caso de la implantología, todo profesional dispone de más experiencia clínica como más implantes coloca y en pacientes más complejos actua, y por lo tanto desarrolla una mayor habilidad y destreza para la implantología y muestra un mayor grado de conocimiento sobre posibles complicaciones que puedan aparecer a corto, medio y largo plazo.
En cambio el máximo grado de evidencia científica es ajena a la experiencia clínica propia alcanzada, y depende de los estudios desarrollados a raíz de preguntas clínicas (p.e. “¿En qué tipo de enfermos podemos presentar una menor supervivencia del implante dental?”).
Los estudios que nos aportan un menor grado de evidencia son los estudios descriptivos a propósito de un caso o una serie de casos clínicos, ya que la información que nos aportan es parcial, no nos comparan con enfermos que no estén expuestos; es observacional, y por tanto la exposición no viene asignada por azar, sino por criterios individuales o de preferencia terapéutica por el clínico o el propio paciente; no nos muestra causalidad, por lo tanto los resultados pueden ser coincidentes pero no concluyentes.
Los estudios analíticos observacionales como estudios caso-control o de cohortes nos aportan un grado de evidencia intermedio, pero nos muestran datos de efectividad de las intervenciones, es decir en condiciones habituales, así como signos de causalidad o atribución de la propia intervención en el resultado gracias a medidas de asociación o impacto. Pero persisten posibles factores de confusión que determinan la exposición a una intervención, así como posibles sesgos o errores sistemáticos. Es decir, a través de estudios observacionales analíticos podremos determinar, por ejemplo, cuántas estructuras fresadas debemos aplicar para lograr un mejor ajuste que con estructuras obtenidas por otros métodos de fabricación, como el colado o sinterizado con láser a través del Número Necesario a Tratar (NNT), pero no controlamos los factores por los que un paciente recibe un tipo de estructura u otro. Por lo tanto este tipo de estudios siguen estando sujetos a términos no siempre científicos o racionales, sino de predilección del clínico o del propio paciente.
Por el contrario, los estudios experimentales o ensayos clínicos son los que nos aportan un mayor grado de evidencia, nos permiten conocer la eficacia de nuestras intervenciones en unas circunstancias concretas, especificadas en unos criterios de selección (inclusión y exclusión) estrictas, por lo que su validez interna es óptima, pero su validez externa en otras tipologías de enfermos es limitada o incluso cuestionada. Hay que considerar que este tipo de estudios epidemiológicos está altamente controlado y el seguimiento de los pacientes es muy estricto, por lo que podemos alcanzar resultados superiores a los observados en nuestra práctica clínica habitual, pero no se producirán factores de confusión de asignación de la intervención, ya que ésta se producirá de forma aleatoria o randomizada.
Para mejorar de forma continua la asistencia clínica hay que aumentar no sólo nuestra experiencia clínica, sino nuestra vertiente de investigación para alcanzar un máximo grado de evidencia posible según la pregunta clínica planteada en nuestros pacientes o poblaciones, tanto sea a través de estudios epidemiológicos observacionales como experimentales.